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Algunos Héroes y un Cobarde: La Noche de los Aviones


El Provencio, Cuenca. Sábado 20 de febrero de 1937.

Hacía al menos una hora y media que había anochecido cuando las luces de una parte importante del pueblo se apagaron. El repetidor de San Antón dejó de funcionar, un poco más tarde, el que se extinguió fue el que había en la plaza de la iglesia. Desiderio, el electricista que trabajaba para la empresa de Julián Navarro, que gestionaba la luz en le localidad, se había apresurado en dejar El Provencio a oscuras. El muchacho tenía un poderoso motivo para hacer lo que hizo: había escuchado el monótono ronroneo de unos aviones aproximándose desde el noroeste.

Sobre las ocho de la tarde unas bengalas iluminaron las calles como si fuera de día. Muy poco después cayeron las primeras bombas.

Aquella mañana había llegado a El Provencio, un joven cántabro de unos veinte años. El muchacho había sido herido al encontrarse en medio de un tiroteo a las afueras de Villarrobledo. El viajero se llamaba Víctor Aristegui López, aunque le gustaba que le llamaran Vico.

Aquel día, Vico conoció a una muchacha llamada Celia y a su padre, Gregorio, que era el dueño de la gasolinera del pueblo. También se topó con el médico, un tal Don Felipe, con el bodeguero Lorenzo Teruel, con las maestras Doña Vicenta y Doña Dolores y también con el Hermano Domingo, que hacia cestas de pleita. Vico conoció la trágica historia de un miliciano que se obcecó con una talla de San Pablo, aprendió el significado de la palabra bacín y degustó un suculento potaje de garbanzos y espinacas con un buen vino de la tierra.

A media tarde, al muchacho ya le perseguían unos cuantos del pueblo, uno de ellos, con una moto y las ansias de venganza a cuestas. Cuando cayeron las primeras bombas, el forastero estaba escondido en una buhardilla.

Si quieres saber lo que pasó después, no te pierdas mi próxima novela ALGUNOS HÉROES Y UN COBARDE.

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