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PROLOGO


TOLEDO 1853

El Señor Phillips salía de la taberna de Doña Paca situada a la espalda de la Catedral canturreando entre susurros una melodía desconocía e inédita. Apenas había avanzado unos veinte pasos cuando empezó a escuchar el murmullo de las gentes que se dirigían hacia el mercado que poco a poco se iba montando en la plaza delante de la puerta principal del colosal monumento. El hombre alto, de una edad que podía rondar la treintena, vestía con el gusto de la última moda parisina. Su acento francés le delataba como un forastero en la misteriosa ciudad. Los que coincidían con él en las tabernas por las noches a la luz de los candiles, llegaron a advertir que el solitario Mr. Phillips venía de Argelia, estaba de paso, no usaba su verdadero nombre y se dedicaba a la hipnosis. Por lo demás, el caballero era todo un misterio. Doña Paca, que era una patrona muy dicharachera y se jactaba de saber todo lo que se cocía en la ciudad de las espadas, apenas había conseguido más información que la que el reservado viajero quería difundir.

Unas nubes oscuras amenazaban lluvia aquella mañana. Era más que probable que el mercado acabara desmontado antes del mediodía, dejando solo el barrizal y los charcos delante del enorme edificio de la Catedral Primada de España. Una voz empezó a escucharse por encima de las demás y parecía llamar la atención de las gordas señoronas, de las bellas damas ataviadas con lujosos vestidos de vuelo y de los señoritos trajeados y tocados con sus sombreros de copa.

Ajeno a la amenaza de lluvia, un niño que no parecía tener más de ocho años, desenrollaba sobre un rudimentario caballete, una tela con una docena de dibujos y una pequeña leyenda bajo cada uno de ellos. Vestía con un pantalón de pana zurcido por varios sitios, una roída camisa que una vez fue blanca, cubierta por un chaleco marrón y tocado con una gorra demasiada grande para su cabeza. Mientras el chico se afanaba en su tarea, un anciano ciego, con unos ropajes que parecían tan viejos como él, vociferaba una especie de llamada en verso para atraer la atención de los despistados transeúntes. A modo de acompañamiento a sus roncas y desiguales voces, el anciano tocaba un extraño instrumento que repetía constantemente una sencilla y cansina melodía.

El señor Phillips hizo lo mismo que la mayoría de las gentes de la ciudad: encaminar sus pasos hacia el corrillo improvisado que el populacho iba haciendo alrededor de la desigual pareja.

Nada más colgar la tela con los dibujos, el niño empezó a colocar con unas pinzas, unos pliegos de cordel sobre una cuerda atada a dos patas de madera.

Fue al llegar a la altura del anciano y del niño cuando el señor Phillips empezó a comprender el cantar del ciego:

Hombres, mujeres y niños,

Mendigos y Caballeros,

Paisanos y militares,

Carcamales y Mancebos

El que ya no peina canas

Porque se quedó sin pelo

Y el que el tupé se recompone

Con bandolina y ungüento

Escuchad con atención

Este relato de primera mano

Así podréis conocer

Este suceso inhumano

Nació en tierras de Galicia

Tierras de verde fango y lodo

Manuel Blanco Romasanta

El también llamado Hombre Lobo

A cuatro mujeres mató

Y dióles escondrijo

Nunca aparecieron,

Ni ellas ni sus hijos

En Toledo fue apresado

Pero devolviósele allí

Para poder ser juzgado

En la Villa de Allariz

Durante más o menos una media hora, el anciano relató un caso de crímenes horrendos y espeluznantes, al tiempo que el niño señalaba sobre la tela, los dibujos que ilustraban las diferentes partes de la historia. Al terminar su narración, las gentes comenzaron a comprar los pliegos de cordel con la misma leyenda algo más detallada. El señor Phillips, que había seguido las palabras del anciano con mucha atención, se acercó al niño y le dijo con un marcado acento francés

-Dame uno, hijo. He de reconocer que es un relato apasionante.

Al oír la reconocible forma de pronunciar la “R”, el anciano dirigió su voz hacia el caballero diciéndole:

-Si señor. Usted no parece ser de por aquí.

-No anciano, no lo soy pero esto no quiere decir que no esté profundamente interesado por lo que usted está contando. Leeré su panfleto con sumo interés.

-Ha de saber que es una historia de un indescriptible horror, lo que usted va a leer.

-Francamente anciano -contestó el señor Phillips-, así lo espero -y tras una pausa, sentenció-. Je l’espère bien.

Mientras regresaba a la posada donde te


Durante las semanas siguientes, Mister Phillips recopiló toda la información posible sobre aquel extraño personaje conocido como “O do Unto”, “Sacamantecas” o como el “Hombre del Saco”, aunque la historia lo recordará siempre como “El Hombre Lobo de Allariz”.

La vida de aquel hombre es el relato que viene a continuación.






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